LIMA PROVINCIAS

9 de mayo de 2011

La violencia sí conduce a mucho –y malo– en política.

No solo se debe condenar, sin medias tintas, la agresión de una turba al periodista Jaime de Althaus, sino que se deben tomar medidas rápidas para impedir la proliferación de la violencia durante el final de la elección 2011 y, en general, en la política peruana.

De Althaus fue atacado el viernes cuando salía de Canal N por un grupo de manifestantes que participó en una marcha convocada por el ‘Colectivo Dignidad’ para protestar contra el “copamiento fujimorista en los medios de comunicación”.

Felizmente, no hubo daños humanos que lamentar, tanto hacia De Althaus como hacia las personas que integraban la turba gracias a que el periodista mantuvo la calma y no aceleró el vehículo, lo que pudo haber ocasionado un atropello.

Pero sí hubo un daño lamentable al respeto elemental del derecho de las personas –incluidos los periodistas– a expresar una opinión, cualquier que sea y aun cuando algunos puedan creer que esta es descabellada.

El combate de ideas con agresiones es inaceptable. Y eso es lo que, lamentablemente, está ocurriendo con frecuencia creciente en el Perú. Esta semana, por ejemplo, Kenji Fujimori fue agredido en Puno y, hace poco, familiares de Mario Vargas Llosa fueron acosados por un grupo que está muy molesto porque el escritor ha adelantado que votará por Ollanta Humala.

La agresión está presente de muchas maneras en el debate político peruano, donde la intolerancia a las ideas y posiciones, de personas e instituciones, se ha instalado peligrosamente a través de una violencia que se manifiesta de muchos modos.

Desde la patada y la cachetada del presidente Alan García, y el visto bueno que le dio el entonces presidente de la Corte Suprema, Javier Villa Stein; el ataque fujimorista de hace unos años a un evento de la CVR; y hasta en el periodismo, donde la violencia –vía la agresión directa o la mentira artera– es una práctica promovida –incluso con sicarios periodísticos– por algunos propietarios de medios en función de quién sea el atacado.

La violencia en la política se debe detener de inmediato y desde el más alto nivel. Así, hizo bien Ollanta Humala en deslindar con la violencia contra De Althaus. Lo hecho por la turba es condenable y, además, muestra al grupo promotor de la marcha como tontos útiles pues acaban perjudicando la propia causa que promueven.

En la política no se puede decir, a diferencia de otros ámbitos, que la violencia no conduce a nada. Por el contrario, cuando se instala, puede escalar hasta niveles impensados. Por ello, debe ser cortada de plano, empezando por los principales líderes políticos.

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